En un tiempo donde la fugacidad parece reinar, la obra de Pedro Pont Vergés emerge como un ancla ineludible, como una presencia que nos invita a un viaje profundo por la historia del arte argentino.
En 2024, a propósito de su centenario (hubiera cumplido 100 años el 29 de junio), una exhibición en la galería Marchiaro en Córdoba ponía de relieve la magnitud de un artista cuyo legado -vasto y complejo- merece ser investigado y estudiado con la atención que su peso histórico demanda.
Pont Vergés no conoció límites estilísticos: recorrió todos los estilos y todas las técnicas, desde el surrealismo de los años 50 hasta el expresionismo, en una carrera marcada por los viajes y los exilios.
Esta constante movilidad -que incluyó 10 años en Buenos Aires y 7 años en Madrid-, pudo haber contribuido a que su obra no sea tan reconocida en la dimensión que merece, a pesar de ser de una dimensión increíble.
Su regreso a la Argentina con la democracia -con muchas ganas y mucha ilusión- marcó un nuevo capítulo en su vida y obra (el artista se había exiliado en España en 1977, tras la instauración del régimen militar en nuestro país para regresar en 1984, con el retorno de la democracia).
La magia de origen: Santo Tomé y el realismo mágico
Si hay un rasgo que define la impronta de Pont Vergés, es su costado mágico, una cualidad forjada en la Santo Tomé de su infancia, su ciudad natal en Corrientes, frontera con Brasil.
Descrita como llena de magia, de una vegetación increíble y de leyendas que nutrieron su primera infancia (la única patria que reconocemos más seriamente siempre es la infancia) a la que el artista siempre volvía.
No es casual que en Madrid los críticos lo conectaran de inmediato con el realismo mágico de escritores como Gabriel García Márquez, a quien Pont Vergés mismo citaba como inspiración.
En más de una oportunidad el pintor dijo: “De alguna manera es como si yo hubiera vivido en Macondo”.
Las leyendas de su tierra, como la del “dueño del sol” que impedía a los niños salir en la siesta (El Pombero, también conocido como “Pomberito”, una especie de duende o espíritu de la cultura guaraní que se encuentra en las zonas rurales), se imbricaron en su obra, confiriéndole un humor sutil y una capacidad de desestructurar lo formal del arte a través de los títulos de sus obras.
Esta profunda conexión con el exterior y el aire libre, contrastó fuertemente con su período en España, donde pintó mayormente interiores, influenciado por la particular luz madrileña, con sus luces, sus sombras y el uso del negro.
El círculo de amigos y colaboradores: un artista de comunidad
La obra de Pont Vergés no se forjó en la soledad. Fue un artista de comunidad, cuyas reuniones con otros pintores, escritores y actores daban forma a manifiestos y pensamientos sobre el momento histórico, reflejando una comunión de valores que desafiaba el individualismo.
La exposición en Galería Marchiaro dio cuenta de ello y fue un testimonio vivo de estas conexiones, al incluir retratos que le hicieron sus amigos-hermanos.
Entre ellos, destacan Carlos Alonso, a quien tenía tan internalizado que lo pintaba de memoria, así como al gran retratista Álvaro Zurieta y Eduardo Bendersky, un pintor tan sutil como mágico.
Textos de sus amigos Rafael Alberti, poeta con quien compartió exilio y comidas, y José Viñals, escritor y poeta cordobés con mucho éxito en España, acompañaron la muestra, revelando la riqueza de los diálogos que nutrieron su vida y obra.
Más allá del lienzo: El artista como promotor cultural
Pont Vergés no fue solo un prolífico pintor; fue un incansable gestor cultural. Como se destaca en los relatos de quienes lo conocieron, abrió un camino dentro de la cultura, promoviendo premios y generando oportunidades para muchos.
Fue co-creador de los Salones IKA junto a Luis Varela, una iniciativa que demostraba su visión de la cultura en comunidad.
Tras su regreso de España, propuso reeditar las bienales, soñando con una continuidad cultural que, lamentablemente, chocó con la falta de recursos económicos y, crucialmente, de políticas de estado a largo plazo.
Su labor en el interior del país fue extraordinaria, una suerte de democratización de la cultura a través de la creación de coros municipales y grupos de teatro, rescatando la identidad local y poniendo en valor la infraestructura cultural existente.
Un legado que permanece: la presencia del arte vivo
La Galería Marchiaro, celebró en 2024 sus 50 años de trayectoria con ésta, su primera muestra curada por un tercero, en la que el legado de Pedro Pont Vergés cobra una nueva dimensión.
Curada armoniosamente por su familia (la artista Ana Luque, su compañera de vida y principal curadora de ‘Presencias‘ y quien -desde incluso antes de la muerte de Pedro- se encarga de las obras y de la organización de muestras a intervalos regulares, su hijo Sebastián, quien digitaliza el legado y lo mantiene vivo, y su nieta Paula) y los galeristas Laura y Agustín, la exposición se convirtió en un viaje que solo se completaba con la mirada del espectador, su lectura y su sentir.
Un llamado a investigarlo, a estudiarlo, a descubrir a un artista de una dimensión increíble, cuyo humor y magia perduran, recordándonos que el arte, en su máxima expresión, es siempre una comunión y una presencia viva.
La Suprema Corte de los Grandes Inocentes
Un extracto de una entrevista a Pedro Pont Vergés realizada en 1988 da cuenta de su proceso creativo a la hora de idear el mural “La Suprema Corte de los Grandes Inocentes” (foto de portada, Manuel Pascual), obra en la que el pintor presenta una serie de reconocidos personajes –Vincent Van Gogh, Buster Keaton, John Lennon, Martin Luther King– o figuras representativas -la mujer, el niño del gueto de Varsovia, el niño de Vallecas, el adulto mayor o el trabajador-, no como magistrados sino como víctimas de distintos tipos de desigualdades, violencias o intolerancias.
Actualmente, esta obra forma parte del patrimonio pictórico del Palacio de Justicia de Córdoba.
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