(Poeta y editora)
“Ninguna causa, ningún Dios, ninguna idea abstracta puede justificar la masacre de inocentes” ~Edward Said.
¿Cuál es el significado de pasar por un puesto de control en Palestina? La necesidad de saber me llevó hace quince años al Levante (la parte más oriental del mundo árabe), o al Mashreq, como en árabe (lugar por donde sale el sol).
Lo que me llevó allí fue mi búsqueda de la paz. ¿Podría encontrarla escondida en algún lugar de las deterioradas relaciones entre Israel y Palestina? En el Consulado de Israel, en Bombay, me reuní con personas importantes para acercarles una propuesta: hacer un número especial para la revista Gallerie, sobre la paz entre Israel y Palestina. Mi argumento fue que aquí la paz se necesita con urgencia después de años de un conflicto que se ha cobrado tantas vidas inocentes.
Ellos escucharon con paciencia y dijeron con firmeza: «No, eso no es posible. Si publican un número de Gallerie dedicado exclusivamente a Israel, los apoyaremos. Pero no pueden incluir a Palestina». Salí de la oficina decidida a elaborar una edición no sobre Israel, sino sobre Palestina.
Una semana después, solicité una visa de turista para Israel ¡y la conseguí! A los pocos días, volé a Amán, la capital de Jordania, y conseguí un coche para que me llevara a la frontera entre Jordania e Israel.
Viajando por carretera desde Amán llegué al puente Allenby/Rey Hussein, uno de los tres cruces fronterizos entre Israel y Jordania. Cruzar fue fácil para un indio con visa de turista, aunque recibí varias miradas de sospecha de los guardias.
Al llegar, me alojé dos noches en un hotel de Jerusalén Oeste. Enseguida me di cuenta de la demografía: la minoría israelí, la palestina y la cristiana; quién pertenece a dónde; quién ocupa qué, que claramente no les pertenece.
El tercer día el cielo estaba despejado. Tomé un autobús a Jerusalén Este (Palestina) donde conocí a una increíble activista cultural. Tomamos un café y ella amablemente me organizó una estancia de tres semanas en Ramala, en una hermosa residencia para escritores y artistas en la ladera de una montaña.
Esa estancia me abrió las puertas a otro mundo: un mundo de puestos de control. Y a la realidad de la arrogancia inhumana de Israel.
El Holocausto de la Segunda Guerra Mundial [1939-1945], que dejó como saldo miles de judíos perseguidos y muertos, ha generado una condena mundial inequívoca contra el régimen nazi. Sin embargo, el Holocausto convirtió a un gran sector de la comunidad judía en los mismos verdugos de los que fueron víctimas; en el proceso de crear su patria [¡como lo dispuso su Dios en la Torá!], asesinaron y desplazaron a miles de palestinos durante la Nakba (catástrofe) de 1948, el año del primer conflicto entre Israel y Palestina.
Despojada de toda humanidad, la paranoia sionista con la complicidad, en particular del gobierno estadounidense —beneficiario de un acaudalado grupo de presión judío—, ha mantenido a los palestinos en estado de sitio durante casi seis décadas.
Un muro de nueve metros serpentea a través de territorios palestinos con asentamientos ocupados por la fuerza, creados en lugares estratégicos para dividir a su pueblo y confinarlo hacia Cisjordania y la Franja de Gaza.
Para sortear este complejo terreno, los palestinos deben cruzar puestos de control vigilados por jóvenes soldados israelíes arrogantes y hostiles, especializados en humillarlos en sus rutinas diarias: ir al trabajo, a la escuela, al hospital o a reunirse con sus familiares.
Observaba con dolor las filas, donde incluso las ancianas eran tratadas como basura. En dos ocasiones, cuando un amigo artista nos llevaba de Ramala a Belén, nos topamos con estos duros guardias, y mi amiga, fuerte e intrépida, discutió con ellos cuando intentaron intimidarla. Desafortunadamente, la hicieron llorar, y yo como testigo, solo pude intentar calmarla. No pude reprender a los guardias tanto como me hubiera gustado, ¡siendo una extranjera en su tierra colonizada!
El puesto de control es un estrecho pasillo de vigas metálicas con cámaras que vigilan a los lugareños mientras caminan en fila india, como condenados a cadena perpetua. En su propia tierra, los palestinos deben poseer documentos de identidad obligatorios emitidos por el gobierno israelí. Hoy, su tierra está disminuyendo, al igual que su identidad. Y el tiempo ya no les pertenece. Se los han robado en los puestos de control.
Mientras Israel justifica su inhumanidad como medidas de seguridad, el politólogo y autor Norman Finklestein argumenta: “¿Cómo puede Israel, una de las principales potencias militares del mundo, llevar a cabo este asedio de décadas en un territorio que es una quinta parte del tamaño de Albania y tiene una población de la mitad de la de Kuwait? Además, si el mundo puede legitimar a Israel, ¿por qué no puede otorgarle lo mismo a Palestina?“. La pregunta, por supuesto, esconde múltiples mensajes subyacentes, con la omnipresencia de antiguos fantasmas de codicia y poder.
Palestina es esencialmente una tierra de agricultores y pescadores, comerciantes, profesionales y una gran comunidad de personas creativas e intelectuales. Durante la Nakba, la limpieza étnica israelí, se produjo un éxodo masivo de unos 800.000 palestinos que huyeron a zonas seguras. Los que se quedaron atrás están siendo sistemáticamente diezmados o aterrorizados para que abandonen sus hogares y tierras para que las familias israelíes puedan ocuparlas. Y [mientras escribo] a los exiliados, un grupo de artistas, trabajadores culturales y académicos entre cientos de familias, las autoridades israelíes les impiden la entrada a Palestina.
Claramente, la destrucción de la sociedad palestina es necesaria para la creación de un Israel más grande. Y dentro de esta tiranía de la lógica, es notable cómo los palestinos han mantenido su cordura y viven sus vidas con estoicismo heroico y dignidad (salvo por la creación de una serie de terroristas suicidas llevados al borde de la desesperación y la creación de Hamás, que resurgió de las cenizas de sus vidas torturadas. Por supuesto, no hay justificación para la violencia perpetrada por Hamás).
Los palestinos en Cisjordania y Gaza, y su diáspora en el exilio, respiran un aire sofocante de libertad robada. Al excavar y explorar el arte y la cultura de Palestina, un pueblo prisionero de su propia tierra, descubrí joyas en su fuerza creativa; artistas, escritores, pensadores, poetas, músicos, bailarines, teatristas, fotógrafos y cineastas de la patria y de la diáspora son activistas en el sentido más auténtico. Su trabajo, una forma de resistencia, surge de las heridas de la pérdida y el desplazamiento.
“Las guerras terminarán y los líderes se darán la mano, y esa anciana seguirá esperando a su hijo mártir, y esa niña esperará a su amado esposo, y los niños esperarán a su heroico padre. No sé quién vendió la patria, pero sé quién pagó el precio.” ~ Mahmoud Darwish.
Ha habido miles de mártires a lo largo de los años de conflicto, y miles están siendo diezmados ahora mismo, cada día, en Gaza.
Es una idea utópica, pero esperemos que la razón, la humanidad y la compasión prevalezcan, que la paz se entienda como más crucial que el poder, la guerra, la religión, la adquisición de tierras y los billetes, antes de que mueran más inocentes.
Mientras algunos de los principales líderes mundiales están abandonando su apoyo incondicional a Israel, esperamos que una protesta colectiva y definitiva permita la construcción de una patria equitativa para ambos, Israel y Palestina.
La sangre ha manchado las páginas de su historia durante demasiado tiempo. Los gritos atormentados de niños destrozados resuenan en el aire.
Esperamos que los actuales puestos de control en Palestina se transformen en puestos de paz, donde los militares israelíes, armados con armas y hostilidad, sean reemplazados por peregrinos de paz.
Todos los caminos conducían a Palestina
Todos los caminos conducían a Palestina, incluso los que no…
Y allí, vi
la arrogancia
de los puestos de control,
crucificar a Cristo
cien millones
de veces
desde su crucifixión
en el Gólgota.
Oí
a las piedras atrapadas
en el muro
susurrar que son
peones de la locura
y que preferirían ser un camino
a Ramala.
Vi
olivos mudos,
dando fruto
y dolor,
asesinados
por atreverse
a crecer
en tierras ocupadas.
Oí
las olas del mar
cantar la belleza
la verdad
de las palabras de Darwish
y hacerse eco
de la sabiduría
de Said.
Vi
a los soldados
limpiar sus armas
con recuerdos
del Holocausto
para matar con facilidad
y borrar
la última esperanza
de un niño palestino.
Vi
a Estados Unidos tolerar
una historia de crímenes
con la cobardía
del silencio,
mientras los sionistas
bailaban
en los asentamientos de Hebrón.
Escuché
el aullido silencioso
del viento,
cargado de gritos
de muertos
y desesperación
de una nación
que esperaba nacer.
Todos los caminos conducían a Palestina, incluso los que no…
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