Hacer referencia al mito del Ave Fénix es caer en el tópico y, sin embargo, en este caso refleja con exactitud lo que significa la reapertura, este próximo fin de semana, de Notre Dame.
El sábado 7 de diciembre está prevista una gran fiesta con decenas de Jefes de Estado, Presidentes de Gobierno (incluso Trump ha anunciado su presencia) y autoridades civiles, militares y religiosas. Y el domingo 8 -Día de la Inmaculada- se oficiará la primera misa solemne después de cinco años.
Es el tiempo que ha transcurrido desde aquella tarde del 15 de abril de 2019, cuando un brutal incendio redujo a cenizas la Catedral de París. Desde entonces se han invertido más de 800 millones de euros donados por miles de personas de 150 países. Con esa cantidad de dinero se han superado infinidad de dificultades, porque no hay que olvidar que se trata de un edificio medieval, de 850 años de antigüedad, que quedó seriamente dañado por unas llamas que devoraron toda la estructura de madera.
Ahora, el trabajo de un amplio equipo de arquitectos, ingenieros y diseñadores han creado un espacio que impacta por su luminosidad. Han recuperado las piedras blancas y han contado con toneladas de madera de robles centenarios, muchos de ellos donados por particulares. También han donado una parte de su trabajo muchos de los artesanos, de los carpinteros o albañiles a los orfebres y los especialistas que desmontaron pieza a pieza el órgano de 8.000 tubos.
Durante la reconstrucción de Notre Dame se ha contado con artesanos especialistas en arte medieval, tanto escultores de piedra y expertos en vitrales, artistas del plomo, el cobre y la madera, así como campanas.
Este proceso no ha estado exento de debates y polémicas, empezando por la reposición (o no) de la aguja gigante, que fue el símbolo del desastre.
Hoy todas esas polémicas están superadas por el mérito que significa el haber logrado que Notre Dame, como el Ave Fénix, haya renacido de sus cenizas.
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