
“El disidente no aspira a cargos oficiales
ni busca votos.
No trata de agradar al público,
no ofrece nada ni promete nada.
Puede ofrecer, en todo caso, sólo su pellejo”,
Václav Havel.
Habían elegido nuevo Papa y de regreso, deambulando por una callejuela romana, cerca del Vaticano, me topé con este grafiti: disenso.
Una única palabra que ha rondado mi cabeza estas últimas semanas, hasta encontrar un nombre, Diego Fusaro. Y un libro, Pensar diferente, filosofía del disenso.
Fusaro es joven, es filósofo, polemista, aparece seguido en los medios de comunicación y se empeña en disentir del pensamiento dominante.
Desconfía de los países con dos partidos políticos, de las sociedades divididas en dos, de las grietas que a lo largo de la historia han derivado en guerras y, paradójicamente, de la uniformidad hacia la que vamos encaminados, el pensamiento homogéneo en el que nos estamos sumergiendo. “Una humanidad reducida al polvillo de átomos sin identidad ni profundidad cultural, meros consumidores anglófonos sin cualidades, incapaces de hablar o entender otra lengua que no sea la lengua cosificada de la economía”.


Afortunadamente, aún creo que soy capaz de disentir del filósofo del disenso. No comparto algunos de sus postulados y -como muchos científicos- también dudo de las teorías de Einstein, que fue un genio, pero también cometía errores. Como todos.
Dicen algunos críticos que Fusaro es marxista y no lo creo. Sus textos nos presentan un hombre de libre pensamiento, crítico, con un capitalismo voraz que nos quiere sumisos, pero también con una izquierda funcional, que él define como complementaria de una estrategia que necesita un espejo roto que distorsione la realidad y nos haga creer, sólo en apariencia, que podemos elegir.
Traemos hasta aquí este debate para aclarar -aclararnos- si realmente somos libres en este nuevo mundo donde nada es enteramente cierto o falso. La democracia, la división de los poderes independientes, la clase política trabajando en leyes justas o si, por el contrario, asistimos indolentes al triunfo de unas ideologías sobre el sentido común.
El disenso como forma de resistencia

Disentir es importante como forma de resistencia y construcción de alternativas en las sociedades democráticas. Es nuestro instrumento frente al pensamiento único y la conformidad social. Pero pensar diferente nos exige algo más, que es la aceptación de otros pensamientos distintos. Disentir implica aceptar que disientan de ti, conciliarte con el otro, aceptar sus ideas y planteamientos, por muy alejados que estén de tus creencias. Aceptar las cuestiones identitarias, religiosas, emocionales no debería ser motivo de conflicto (ni interno ni colectivo).
Si hacemos un repaso a quienes disintieron, veremos que han sido figuras fundamentales para el desarrollo de la Humanidad. Habla Fusaro de Sócrates y Mandela, todos los que negaron al poder y presentaron nuevas ideas, nuevas soluciones.
El acto de disentir es negar para afirmar, para construir alternativas, para cavar otras trincheras, para presentar oposición a quien gobierna.
En este punto debemos reflexionar sobre la cultura de la cancelación, el dogmatismo, el fundamentalismo, el sectarismo, las visiones hegemónicas que están aniquilando la libertad de expresión.
Este texto, escrito para liberar un debate interno que me bajó a un breve infierno, no trata de escribir una teoría crítica y aún menos, filosófica, sino para compartir las dudas que genera esta actualidad de sentencias y balcones, de Inteligencia Artificial al servicio de la confusión.

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