Hay historias que, de tan grandes, se esconden. Se ocultan tras los manuales que glorifican hazañas masculinas, tras las estatuas ecuestres y los nombres de batallas que resuenan en ecos lejanos. 

Pero la guerra, esa bestia insaciable, no solo devora hombres. También exige el alma de mujeres, madres, hijas y hermanas que, en silencio o con el estruendo de un fusil, forjaron su propia trinchera de resistencia. 

Y de eso se trata, precisamente, la exposición “Serbia 1914. El rostro femenino de la Gran Guerra”, que la Embajada de la República de Serbia en Argentina nos trae como un bálsamo de memoria y justicia.

El jueves 24 de julio, la bodega de la Estancia Jesuítica de Jesús María abrió sus puertas para revelarnos una verdad incómoda y, a la vez, profundamente inspiradora: la posición de las mujeres serbias antes y durante la Primera Guerra Mundial.

Porque si, mientras el mundo occidental aún discutía si las mujeres debían o no votar, en los Balcanes, ellas ya estaban librando su propia batalla por la supervivencia y la dignidad de una nación.

El coraje que desafió la tradición

Y es aquí donde las palabras del escritor y corresponsal del Journal de París, Henry Barbusse, resuenan con una fuerza abrumadora, como un eco de aquellos días de horror y heroísmo. 

Sus líneas, que hoy se nos revelan en toda su crudeza y admiración, pintan un cuadro que desgarra y enaltece a partes iguales:

Yo las miraba y en el campo de batalla, con armas y bombas en las manos, y en los hospitales, acogiendo a los héroes heridos a sus pechos maternales y fraternales, y en la retirada a través de los impenetrables barrancos albaneses, donde se disparaba por la espalda en las emboscadas a los debilitados y quebrantados de dolor y donde muchos morían de frío y de hambre… ¡Las miraba y las admiraba! ¡Ni miedo, ni vacilaciones, ni lágrimas, ni suspiros! No existe sacrificio que ellas no sean capaces de sobrellevar por su patria. Esas son las llamadas hijas de Serbia, madres y hermanas de los héroes de las batallas de Cer y Kolubara, mis compañeras de lucha, para las que la patria era más importante que la vida y las que, ante la elección de la humillación o la muerte, elegían la muerte…“.

¿Hay acaso una oda más poderosa a la entereza humana? Barbusse, testigo de la tragedia balcánica, nos regala un testimonio que trasciende el tiempo y las fronteras. Porque esas mujeres, esas “hijas de Serbia”, no sólo sostenían la retaguardia desde el hogar, alimentando a sus familias y labrando la tierra, sino que muchas de ellas, desafiando cualquier convención, se lanzaron al frente

Vestidas de soldados o enfundadas en uniformes de enfermeras, enfrentaron el horror sin pestañear, con una determinación que, para la mentalidad tradicional de los Balcanes, era “absolutamente inadmisible”. Y sin embargo, lo hicieron.

Un legado de fuerza y resiliencia en la Estancia Jesuítica

La exhibición -que podrá visitarse hasta el 31 de octubre del corriente año de martes a domingos y feriados, de 10 a 18, con entrada libre y gratuita-, se sumerge en esta dualidad de roles. 

Nos invita a reflexionar sobre esas mujeres que, desde la retaguardia, mantuvieron viva la llama de la esperanza en las ciudades y los campos, y sobre aquellas otras que, con un coraje que aún hoy nos asombra, se convirtieron en guerreras silenciosas o ángeles de la guarda en medio del caos.

“Serbia 1914. El rostro femenino de la Gran Guerra” no es solo una muestra de fotografías y documentos. Es un grito, un susurro y un aplauso a esas mujeres que, a pesar de las normas y los peligros, eligieron la vida para su patria, incluso si eso significaba la propia muerte.

Es un recordatorio de que la historia, si queremos que sea completa y justa, debe tener siempre, y con mayúsculas, un rostro femenino. 

Comentarios Cerrados

Exit mobile version