(Chema Forte, Especial desde Madrid)

Alicia atravesó el espejo y ella misma es una pieza en una partida de ajedrez, desplazándose por el tablero con movimientos absurdos que, finalmente, le convierten en reina. Este es un ejemplo, entre otros muchos, del valor cultural del juego de las fichas negras y blancas. 

Sobre su origen hay diversas teorías, pero la mayor parte de ellas sitúan en Asia el origen del ajedrez. Quizá la India o China, quizá en Persia, seguramente en el Siglo II antes de Cristo.

Lo que sabemos con seguridad es que fueron los árabes los que lo extendieron por el mundo conocido y que las reglas del juego, casi tal como las conocemos hoy, provienen del Libro de los juegos o Libro del ajedrez, dados y tablas, que fue encargado por Alfonso X el Sabio, rey de Castilla, León y Galicia entre 1252 y 1284.

Miniatura del Libro de los juegos de Alfonso X el Sabio que representa a un judío (izquierda) y a un musulmán (derecha) jugando al ajedrez.

Desde entonces el ajedrez forma parte del arte, en la literatura lo encontramos a lo largo del tiempo y podríamos citar una larga lista de relaciones de obras y autores, de La defensa, de Vladímir Nabokov a la Novela de ajedrez de Stefan Zweig, La tabla de Flandes, de Pérez Reverte, o La jugadora de ajedrez, de Bertina Henrichs. Y también Borges, que concluye su poema:

Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. 
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza 
de polvo y tiempo y sueño y agonía?

Hemos leído que el ajedrez es un simulacro de la vida, un incruento campo de batalla, el lugar donde triunfa la razón, la estrategia, el atrevimiento o la defensa. Sobre un tablero, dos oponentes diseñan sus estrategias, que se desarrollan con paciencia e inteligencia. Nos hace pensar. 

Seguramente esta cualidad ha llevado a su prohibición a lo largo de la historia. Está documentado que, en el momento de la muerte del profeta Mahoma en el año 642 d.C., el ajedrez era un juego común entre las clases populares, hasta que el Califa Ali Ben Abi-Talib, yerno de Mahoma, lo prohibió porque consideraba que las figuras podían suponer una blasfemia contra Alá. 

Pero este es sólo el primer caso conocido, porque a lo largo de la historia el ajedrez ha sido prohibido por todas las religiones monoteístas, la judía, la cristiana y, como hemos escrito, la musulmana. Ha sido objeto de persecución por la Santa Inquisición, Iván el Terrible, el Obispo de Canterbury y hace casi mil años, por el Rabbi Maimonides

A lo largo de la historia el ajedrez ha sido prohibido por todas las religiones monoteístas, la judía, la cristiana y la musulmana.

Así hasta hoy, consumido el primer cuarto del Siglo XXI, cuando acabamos de conocer la noticia de la prohibición del ajedrez por parte del régimen de los talibanes en Afganistán, porque consideran al ajedrez contrario a las normas religiosas impuestas por el Ministerio de Propagación de la Virtud.

Y es que cada movimiento de pieza nos obliga a pensar, discernir para ganar contando, en el principio de cada partida, con los mismos elementos del rival.  Este ejercicio intelectual ha sido prohibido a través del tiempo y el espacio y no es difícil encontrar otros ejemplos actuales. 

El ajedrez ha sido prohibido en Afganistán por considerarse contrario a las normas religiosas del Ministerio de Propagación de la Virtud.

En su propia red social, el hombre más rico del planeta ha publicado su diatriba contra un juego que considera estúpido. Acusa al ajedrez de tener una cantidad minúscula de grados de libertad en comparación con la realidad, sólo 64 casillas, sin niebla de guerra, sin árbol tecnológico, sin diferencias de terreno, las mismas piezas y posiciones iniciales siempre, y no se pueden inventar nuevas piezas durante la partida. 

Estos argumentos que atacan al juego son, precisamente, su fortaleza. Es incomparable la censura de Elon Musk a la prohibición talibán, pero no sorprende que el ajedrez sea capaz de acercar dos pensamientos que ven en los pueblos cultivados ciertos inconvenientes.

Basta recordar que la llegada, en agosto de 2021, de los talibanes al gobierno de Afganistán y argumentando que actúan conforme a la sharia (ley islámica) y a la “cultura afgana”, la educación, según denuncia Amnistía Internacional, ha sido transformada en un espejismo inalcanzable.

Las aulas, que alguna vez resonaron, ahora están cerradas a las niñas y mujeres jóvenes. La participación pública, un camino hacia la igualdad, ha sido brutalmente limitada. El espacio político y laboral se ha estrechado y las oportunidades, que alguna vez prometieron un cambio social significativo, se han evaporado. La libertad de movimiento, un símbolo de independencia y autonomía para la mujer, también ha sido severamente restringida.

En Afganistán el régimen talibán acaba de prohibir el juego del ajedrez porque es cultura, porque invita a pensar, porque hace a los pueblos más sabios, más pacientes y astutos.

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