Un edificio inspirado en los pabellones de la Bienal de Venecia se erige majestuoso en un terreno en altura. El hormigón a la vista de la construcción contrasta con los molles, las talas, los aromos y los olivos que lo circundan.

En su interior, una suerte de ‘caja neutra’ de planta trapezoidal e iluminación que combina lo natural con lo artificial alberga la obra del pintor Miguel Ocampo, radicado en La Cumbre desde la década de 1980 (localidad donde falleció, en 2015).  

La sala -como a él le gustaba llamarla, ya que la palabra “museo” le parecía demasiado suntuosa- fue inaugurada en 2007, con la idea de preservar y exhibir todo su corpus.

La brutalidad del calicanto y el hormigón a la vista contrastan, deliberadamente, con la ligereza translúcida del lucernario.

El cuadro azul. A Miguel Ocampo siempre le interesó más el color que la forma, por su imprevisibilidad frente a lo homogéneo de las formas. El color tiene un componente inasible y virtual: la luz. “Durante muchos años y obras, la luz ocupó su atención; trató con ella como un elemento aislado dentro de la pintura abstracta. La forma pasaba a ser el continente supeditado a las exigencias lumínicas, libre de las connotaciones representativas que podía adquirir o podían adjudicarle”, dicen desde el espacio cultural.  

Entre el acervo de su obra, se encuentra expuesto un claro ejemplo de ello: Vacío Germinal, un cuadro donde el azul fue ganando cada vez más terreno y terminó convirtiéndose en el dueño de toda la tela; transformándose en una gran pupila que nos mira, un monocromo que resume todos los colores del cielo, del agua, del color sagrado de la pintura religiosa occidental.  

Y fue precisamente la Adoración de los Reyes Magos (una obra de Piero della Francesca que representa la Epifanía de Cristo) la que lejanamente lo inspiró. Ocampo la conoció en su primer viaje a Europa, allá por los años cuarenta. 

“Vacío germinal nació cuando Miguel empezó a repintar una obra anterior que ya no le interesaba. Con el desapego propio de un segundo intento, de una segunda oportunidad sin riesgo, fue barriendo el fondo, tapando, montando colores sobre otros que ya no deseaba”, explican. 

Pintada en el año 1999, Vacío Germinal se presenta como la “madre de todas las cosas”, como una fuerza que se expande y engendra, que se manifiesta ante los ojos absortos del artista maduro para explicarle su propia pintura.

Creo que es a esto a lo que siempre quise llegar”, cuentan que se había dicho a sí mismo Ocampo, satisfecho. 

El cuadro azul es un símbolo de su trayectoria. En ella el artista condensó las extensas invenciones que dio a luz en una abstracción que habla por sí misma, con belleza y profundidad, que no necesita de palabras. 

“En los últimos trabajos su preocupación central fue el tema del color, él consideraba que es el componente primordial de la pintura; cuadros muy austeros, mínimos, monocromos casi totales. A Ocampo le gustaba ver lo que generaba en él y en los espectadores, el color por sí mismo, el color autónomo”.

Para visitar. El Museo Miguel Ocampo puede visitarse los viernes de 16 a18:30, sábados de 11 a 13.30 y de 16 a18:30; y domingos de 11 a13.30 en Pasaje Ocampo 630 (La Cumbre, Córdoba, Argentina). 

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