Por Chema Forte

Zirgariak es el nombre en euskera para las mujeres que trabajaban empujando los barcos de pesca en el puerto de Bilbao, enrollándose con unas sogas que enlazaban unas con otras. 

El monumento a “Las Sirgueras”, obra de la escultora Dora Salazar, se ubica en el Paseo de Uribitarte, en la ribera de la ría donde está el Museo Guggenheim, en pleno corazón de la ciudad.

Este museo, diseñado por Frank Gehry y construido con láminas de titanio, es la razón principal del crecimiento económico de la capital vizcaína.  

Es que para los bilbaínos, que en los años noventa vieron decaer su potencia industrial, la apuesta por la Cultura ha sido el acierto que les ha permitido renacer

Las sirgueras eran las mujeres que tiraban de las embarcaciones a través de una sirga, un trabajo bastante común durante el siglo XIX en el País Vasco.

Bilbao siempre gozó de su vinculación con las vanguardias artísticas del Siglo XIX, cuando se abrió el Museo de Bellas Artes.

Sin embargo, al final de los años 80 del siglo pasado poco o nada quedaba de aquel esplendor cultural y fue en el inicio de los 90 cuando empezó este proyecto cultural, a pesar de la dificultad económica del momento.

El Guggenheim en tierras vascas estuvo en el centro del debate durante un tiempo, hasta que las negociaciones alcanzaron la unanimidad política. 

Un poco de historia

Bilbao, junto a Barcelona, fue la ciudad precursora de la modernidad artística de España a finales del siglo XIX, basada en su poder económico y una burguesía que miraba a Francia y el Reino Unido

Las élites se dedicaron a comprar arte, un factor decisivo para que surgieran artistas de la talla de Ignacio Zuloaga, Darío de Regoyos, Francisco Durrio o Francisco IturrinMo

Sin embargo, esa burguesía vasca -al contrario que en Cataluña– no abrazó las vanguardias más radicales y apenas hay obra de grandes artistas de la época, como Gauguin. Bilbao era rica y culta, pero provinciana.

No obstante, su Museo de Bellas Artes llegó a convertirse en la segunda pinacoteca del país, sólo superado por el Museo del Prado.

La Guerra civil 

Bilbao y el País Vasco en su conjunto sufrieron muy especialmente el desastre de la Guerra Civil y los cuarenta años de barbecho cultural del franquismo.

En torno a 1970, Bilbao entró en una crisis económica brutal, a lo que se sumó la presión social de la banda terrorista ETA. 

Fue en ese contexto cuando empezó a gestarse una apuesta que, vista ahora, supone un hito fundamental para la recuperación de la pujanza económica y cultural de Euskadi.

Apostar todo a un museo

Con la industria en decadencia y los conflictos sociales en un crecimiento exponencial, las administraciones vascas protegieron una semilla que fue creciendo en Bilbao y así se llegó a la firma, en 1991, del acuerdo entre el Gobierno autonómico del País Vasco, la Diputación de Vizcaya y el Patronato de la Solomon R. Guggenheim Foundation, para desarrollar el proyecto del Museo Guggenheim de Bilbao

Dos años después se puso la primera piedra del museo que construiría el arquitecto estadounidense Frank Gehry y el 19 de octubre de 1997 abrió sus puertas como el nuevo templo artístico de Europa. 

Han pasado los años y solo podemos calificar este museo como un rotundo éxito internacional, sin precedentes en la consecución de los objetivos propuestos, que no eran otros que contribuir al conocimiento y disfrute del arte moderno y contemporáneo y los valores que éste representa, sirviendo además para eliminar la imagen de decadencia de Bilbao y convertirse en un símbolo de valor incalculable para mostrar la vitalidad del País Vasco. 

El “efecto Guggenheim”

Según datos oficiales, el Guggenheim de Bilbao costó algo menos de 100 millones de dólares de la época y cifran el retorno económico aportado hasta la fecha en 2.100 millones de euros en gasto directo de los visitantes, unos 400 millones de recaudación de impuestos por parte de la Hacienda vasca y 2.000 millones de euros de contribución al PIB, además de la creación de 4.354 puestos de trabajo.

Pero no todo es presupuesto, porque más allá de los números, ha sido el museo principalmente el que ha convertido a Bilbao en una ciudad conocida a nivel mundial, con todo lo que ello supone como valor de marca para otras actividades, especialmente como tracción del negocio artístico-cultural.

Esto ha colocado al País Vasco en los circuitos internacionales de turismo cultural, arropado por otros museos y centros culturales que han sabido aprovechar este impulso, como el Txillida Leku, el Museo Oteiza, el Artium de Vitoria o el Bellas Artes, también de Bilbao y que forma parte de la recuperación integral de la ciudad.

Una ciudad para disfrutar del arte

Bilbao es otra ciudad, es una ciudad mejor y sus habitantes agradecen al Guggenheim la transformación integral.

El color gris de los años de la dictadura y el terrorismo han dejado paso a la luz de la cultura. 

Bilbao ofrece al visitante su Ruta de los museos, que va de la Alhóndiga, donde además se puede nadar, tomar sol o comer, al Museo Arqueológico y otros diez más. 

La ciudad ha recuperado con esta apuesta por la cultura su esplendor de antaño y ha trascendido en su vida cotidiana. 

En estos años se ha construido el metro (todas las entradas se conocen como los “fosteritos”, por el diseño de las marquesinas de acero y cristal que realizó Norman Foster) y se ha convertido el centro en un gran paseo peatonal por donde sólo circulan los tranvías. 

Se han recuperado las aguas de la ría y su salida al mar y por esas calles peatonales del centro se escuchan los idiomas de miles de turistas que disfrutan de la belleza de edificios como el de Gaudí y otros muy especiales, como el de la Delegación del Gobierno, con sus más de 180 ventanas, todas diferentes. 

Es un verdadero placer pasear por el casco viejo de Bilbao, ir a comer al viejo mercado de La Ribera, que con sus 10.000 metros cuadrados es el mayor mercado cubierto de toda Europa o visitar el Museo Guggenheim, que es el verdadero objetivo de este viaje.

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