
Han sido cuarenta días con sus noches en la Argentina y no puedo empezar a armar el viaje de regreso sin saludar a Daniel.
He cruzado en diagonal, como acostumbro en las últimas cuatro décadas, la Plaza San Martín y él no está.
Ni tomando un café en la esquina del Sorocabana, en carne y huesos, ni convertido en estatua con su café sobre la mesa y su mirada perdida.

Salzano ha dibujado Córdoba con su paleta de mil metáforas, colores para una ciudad y sus gentes.
Cada historia encendida con la brasa del punto final de la anterior, cigarrillo tras cigarrillo, una tras otra. Quiénes y cuándo, brújula de los lectores de sus miles de artículos, cuentos y novelas, canciones y poemas.
Daniel escribió y fumó hasta que el médico, en Madrid, le previno de un mal de nicotina y humo. Abandonó el pucho, pero no el repiqueteo de un teclado que ayudaba cada latido de su corazón cansado.

¿Dónde estás ahora, Daniel?
He preguntado por él en su bar y me han llevado a un pequeño almacén donde le arropan mesas, sillas y sombrillas, carteles, servilletas y cajas de vino, llenas y vacías.
Aquí estás, arañado por el frío y el calor, por el paso del tiempo y un vandalismo de baja intensidad que te ha golpeado sin compasión.
A ti, mi querido Daniel Salzano, siempre esperando en esta ciudad que amaste y que ahora te espera.




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